Cabalgando iba un jinete
por una árida llanura,
sembrada de mijo y trigo,
desierta y sin espesura.
El caballero pensaba
con dolorosa amargura
que la moza a la que amaba
era con él hasta dura.
No quería ya casarse,
pero un poco de ternura,
en un momento cualquiera,
no era una chaladura.
Estando en tales ideas
cayóse de su montura
y quedó tan mal parado
que urgente se hacía una cura.
Más por allí nadie había
y siguió hacia Extremadura
queriendo la casualidad
que encontrara a Doña Pura.
Esta era fea y sin gracia,
era una mujer muy ruda
que en el bolso que ceñía
amarrado a su cintura
guardaba allí un bote
de una muy extraña tintura.
Aplicóle el rojo tinte
cual gran y hermosa armadura
de color sangre mostraba.
Con esta andrajosa muda
presentóse el caballero
ante la excelsa hermosura
de la dama a la que amaba.
Díjole: ¡Con esa hechura
ni a una moza, ni a una gata
enamoras, ni engatusas!
por una árida llanura,
sembrada de mijo y trigo,
desierta y sin espesura.
El caballero pensaba
con dolorosa amargura
que la moza a la que amaba
era con él hasta dura.
No quería ya casarse,
pero un poco de ternura,
en un momento cualquiera,
no era una chaladura.
Estando en tales ideas
cayóse de su montura
y quedó tan mal parado
que urgente se hacía una cura.
Más por allí nadie había
y siguió hacia Extremadura
queriendo la casualidad
que encontrara a Doña Pura.
Esta era fea y sin gracia,
era una mujer muy ruda
que en el bolso que ceñía
amarrado a su cintura
guardaba allí un bote
de una muy extraña tintura.
Aplicóle el rojo tinte
cual gran y hermosa armadura
de color sangre mostraba.
Con esta andrajosa muda
presentóse el caballero
ante la excelsa hermosura
de la dama a la que amaba.
Díjole: ¡Con esa hechura
ni a una moza, ni a una gata
enamoras, ni engatusas!
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