A día de hoy, Hipócrates.

Pretendemos aunar experiencias de diversos orígenes para fomentar la parte olvidada de la medicina occidental: la cabecera del paciente

lunes, 9 de noviembre de 2009

Ciclos, mujeres y caramelos

Ser cíclica es algo inherente, inevitable a la mujer. Y, ni mucho menos, sinónimo de inestable. Es una cualidad, calidad que las envuelve y acompaña desde la adolescencia, casi niñez, hasta su liberación o pérdida. Su llegada, la de las reglas, va acompañada de consejos no siempre del todo sabios, de sustos, llantos y alegría porque "ya se es mujer", de vergüenzas, complejos, temores. De cuentas que no se pierden hasta el final, llevadas también por las madres al principio (sospechas terribles); botellas de cava que se abren con timidez ante su falta; fatales lágrimas derramadas en solitario por torpeza. Caramelos de pasión. Decisiones crudas de continuar o no. Desesperación ante su puntual aparición mensual. Caramelo de fracaso.
Su ausencia, la de las reglas, va seguida de suspiros de alivio por lo que no sería tan deseado que llegara; de sensación de frustración por no ser ya lo que se era, mujer; de pasiones arrebatadas, hijas de la falta de temor. Su ausencia, la de las reglas, ha brindado la ocasión para que aparezcan tratamientos sustitutivos que otorgan mayor capacidad de disfrute, amén de prevenir otros desgastes como el de los huesos. Caramelos que pretenden evitar la vejez.
Y en todo este viene y va, se moldea la mujer, se perfila su carácter. Sus ataques de malhumor se justifican, sus días de glotonería se explican y los abrazos, sin saber porqué, son más tiernos algunos días. Dulces caramelos.
En estos ciclos de la vida de los que a veces se quiere escapar, por lo menos escapar a su influencia; escapar para sentirse igual; igual ¿a quién?; igual a los que no tienen los mismos ciclos; maldita tergiversación, educación actual, igualitarismo sin igual; tener ese ritmo es un orgullo, música de la Naturaleza, que imprime un baile que lleva por la vida sintiendo variaciones que hacen olvidar la monotonía, que lleva implícito el mismo latido del Ser, que incluso a veces se lleva dentro. Caramelo de fecundidad.
Hay que jactarse de ser Mujer con todas sus consecuencias. El llanto; la sensibilidad; esa inteligencia emocional que ahora se vende como agua de mayo; la risa; la emoción; el futuro bien pensado; la animalidad de ser madre; la bestialidad de ser hembra. La sorpresa de tener instinto en el sentido feroz de la palabra (y no el tan manido instinto maternal).Hay que defender el derecho a ser más amorosa cuando se está ovulando y, claro, también cuando no se está. Ser consciente de todas las manipulaciones que se hacen y, que no dejan de ser eso, alteraciones de lo subyacente. Caramelos de fábrica.
Y si pocos se plantean lo que implica ser varón, muchos se interrogan sobre la mujer. Pues bien, además de ser persona (obvio, ¿no?), de que cada una como cada uno tenga sus peculiaridades individuales (obvio también), éstas tienen unas características (cualidades definitorias) que las hacen no sólo diferentes en el físico (lo cual es muy deseable y lo sabemos explotar), sino en la psique. Y estas características, además de no ser vergonzantes (aunque se eche alguna lagrimilla de más), son objeto de deseo como se pone de manifiesto en la filosofía actual. Caramelos de la verdad.

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