A día de hoy, Hipócrates.

Pretendemos aunar experiencias de diversos orígenes para fomentar la parte olvidada de la medicina occidental: la cabecera del paciente

lunes, 9 de noviembre de 2009

Reflexiones sobre Iris Murdoch

A veces la proyección es irremediable. Sentarse en el cine, casi a solas, cinco personas en toda la sala de un cine de pueblo, de esos que ya no se estilan, con un paquete de kleenex en el bolso que sabes que vas a utilizar y disposición para encontrarte a ti misma, a muchos sueños e incluso a los miedos. A esos fantasmas abruptos que nos da miedo encontrar, que nos acechan por detrás y están en nuestra propia vida.
La educación...no proporciona la libertad. La libertad, si es que somos libres, a lo mejor no lo somos, a lo mejor no lo sabemos, no nos brinda la felicidad. Pero la educación nos da la oportunidad de conocer otros placeres, otras emociones, decidir, paladear la diferencia, ascender en nuestras aspiraciones. La educación es un medio, es un rollo pero no un fin. Así, más o menos, con sus-mis palabras comienza la película al inicio de la vejez de Iris.
Muchos sentimientos contrapuestos. ¿Por qué esta fragilidad? ¿Inconsistencia? Identificarme con la vida de juventud, en parte, con las ansias de vivir y jugar. De amar, incluso más allá de lo amable, de las piedras-como dicen en varias ocasiones-. De palpar y de ver más allá lo terrible de la mente que se vacía, de la resistencia a admitirlo, de la propia consciencia-inconsciencia que le ocurre a una mujer maravillosa, como a mi madre. Todo esto nos puede ocurrir. ¿Me puede ocurrir?
¿Qué albedrío es éste? Estando arriba, volando en campos exóticos donde la minoría alcanza, en las cotas de la palabra, no como palabras vacías sino como expresión de pensamiento, de búsqueda de amor a la verdad, de amor al amor; de las más altas cotas musicales, llevadas al amor de los niños en el descubrimiento de un mundo ignoto a través de la enseñanza;, de los hijos, de una resignación misteriosa en la propia libertad ; del marido, único hombre elegido en su vida, del cual ahora no se puede despegar, como queda tan patente también con Iris. Está poco reflejada la desesperación de los que acompañan día tras día, minuto tras minuto, segundo tras segundo en esa pérdida de la identidad, que casi termina con ellos mismos. Los esclaviza y les impide delegar porque son las asas, el único y posible enganche al presente, aunque llega un momento en el que los nombres no se reconocen y realmente son nadadores a los que arrastra el ahogado.
Y ese amor con su marido por encima de las infidelidades-¿realmente existe la fidelidad o falsos sentidos de propiedad?- con los besos de nariz respingona o los juegos en el agua o la lectura de su novela... ¿Existen los besos de ala de mariposa? Pestañeos sobre la piel. Me persiguen sueños que no quiero soñar. No duermo.

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