A día de hoy, Hipócrates.

Pretendemos aunar experiencias de diversos orígenes para fomentar la parte olvidada de la medicina occidental: la cabecera del paciente

lunes, 23 de noviembre de 2009

Érase una vez hace mil años. ¿Mil años? Un millón de años. Cuando el hombre nació, cuando no se sabe cómo, surgió el animal que recogió una flor y se la entregó a su compañera dando a luz al Arte, creando una nueva dimensión. Antílopes galopando al son de tamtanes. Frío gélido, gélido que hizo buscar pedernales. Pedernales, lascas de piedra que, frotando, frotando chispeaban glamourosos dando movimiento a las pinturas, a las pinturas de la edad de piedra. Edad de piedra, con caramelos altivos, diamantes cercenados con sabor a fuego.


En la primigenia especie todo era simple, sin desvelos, natural, lucha por la supervivencia. ¿Quién distinguiría un caramelo de un pedernal?¿Os habéis detenido a contemplar el pedernal? Caminad despacio a la vera del río. Despacio, que la mirada apenas avance un pie. Así, sin prisa. Agáchate, mira. ¿A que brilla? Tómala en tus manos. Contémplala. Es una pequeña lasca, desprendida de la madre piedra. Mírala, es un pequeño tesoro, piedra de luna. La de allí tiene aristas, cristaliza con paciencia. Es un tesoro, diamante de sílice.

Hace mil años, cuando la llamaban niña, o chica, o nena su abuela. Cuando todo empezó. Sí, porque hay cuentos y hay historias que no saben cómo empiezan, ni dónde terminan, ni si terminan. Algunas se inician desde el principio, otras, aunque parezca mentira, por el final y, algunas, como ésta, confluyen en el medio. Las hay planas, muy planas, como todas las que terminan con moraleja. Otras tan lineales que apenas se las ve, pero son las más normales: forman una soga fuerte que escribe la historia de la humanidad.


Las leyendas, que comportan una percepción esférica de la realidad, son las más complejas. Conllevan incongruencias, experiencias equívocas y antonomasias. Y no tienen principio ni fin, siempre dan vueltas, como algunos caramelos que son tan redondos y lisos que a menudo te atragantas con ellos. Tienden a irse por el otro lado. Y asfixiar. Además las hay cósmicas, pero no son de este mundo y no vamos a entrar. Irrumpiríamos en misticismos y en caramelos con sabor a incienso, a humus de Marte y a polvo de estrellas, que no sabemos a qué sabe.


Esas navidades conoció el sabor de los caramelos fríos como los témpanos de hielo. La decisión de sus padres la había pillado de improviso...

Fragmento inicial del "La niña que plantaba caramelos. (Una historia de desamor)"

No hay comentarios: