A día de hoy, Hipócrates.

Pretendemos aunar experiencias de diversos orígenes para fomentar la parte olvidada de la medicina occidental: la cabecera del paciente

viernes, 24 de diciembre de 2010

VIVA EL ROLLO (DISCOS NO RADIABLES)

Texto de Roberto Sánchez
Fotografía de Mar Sacristán



Acudí a una ceremonia en la que la oficiante era una cura. La cura iba vestida de negro, por lo que de inmediato supe que no se trataba de un cura ni de un médico, que irremisiblemente van de blanco. La cura, lejos de pertenecer a la Iglesia o al Colegio de Médicos, pertenecía a la humanidad. Por eso, se trataba de una cura de humildad o de Betadine.

Me senté y se me ofreció un vaso de palomitas y un bol de coca-cola. Aquel hecho estaba acorde con la inversión que significaba aquel acto respecto a lo establecido. Hasta donde yo sabía, los médicos nunca te miraban a los ojos ni te leían los labios ni el alma, sólo tocaban las barrigas con las manos frías y siempre tenían prisa, lo que empeoraba más aún si se les atascaba la impresora. En un Centro de Salud se acaban los espéculos o el papel para enjugar las lágrimas de un paciente y no pasa nada, pero se pierde el papel con el que se hacen las recetas y se monta la de San Quintín.

Pero esta cura parecía levitar sobre los fieles, estar por encima del bien y el mal, resucitar al tercer día según las escrituras. Parecía una sherpa, una gurú, una curandera. Te llevaba de la voz a salas oscuras en las que uno aprendía a ser hombre. Qué tendrían que ver, pensaba yo, aquellas historias que me hicieron soñar la vida que soñé, con las obligaciones (contr)actuales, absurdas, del IRPF, de purgar los radiadores o de pelar la fruta.

Yo era un kamikaze de los sueños. Quería conocer la verdad en su estado más universal. Me parecía una mezquindad por un lado llegar sólo a la mía, trabajo que ya había realizado hace tiempo y por otro, creer que mi verdad era una verdad válida para explicar el mundo. He visto tanta gente obcecada en la suya propia, que se quedaba tan lejos de la verdad en estado universal, que no puedo menos que dudar de la mía propia.

Desde que me he convertido en un kamikaze de los sueños, hago lo que sea por conocer la verdad, y ni como ni duermo ni vivo.
Como mal; de cualquier manera. Desde que fui a Asia, y vi que allí la gente también respiraba y realizaba las funciones vitales, como arroz sin parar.

Por este motivo, creo que en este acto estaba teniendo el delirio de estar inmerso en un Arroz (Road) Movie. Porque mis sentimientos transitaban de un lugar a otro de mi cerebro por carreteras secundarias y de (hos)pe(d)aje (que viene a ser lo mismo que por (m/h)oteles de carretera).

En un momento en el que me recompuse (descomponerme era casi imposible por el arroz) y pude salir de mi cerebro, observé que la sala de espera del Centro de Salud se había convertido en una prolongación de mi domicilio. Entonces me di cuenta de por qué a aquellos médicos jóvenes les llamaban residentes y a lo que hacían, hacer la residencia.

Los sitios en los que hay frigoríficos se convierten inmediatamente en habitables. En un descuido vi una puerta que se abría y vislumbré al fondo un frigorífico. Entre un plato de arroz con atún (por ese detalle supe que también se trataba de mi casa) y una bandeja de canapés de salmón ahumado (yo veo una loncha de salmón ahumado en un Centro de Salud y sé que la industria farmacéutica anda cerca), había una vacuna contra el neumococo. La vacuna del neumococo se debatía entre el proletariado y el capital. El neumococo siempre ha tenido avidez por los pobres. El neumococo como el virus del papiloma desde siempre han sido muy clasistas.

Andaba algo confundido pues, acerca de la procedencia del lugar que acogía aquel acto. Quizá es que lo público se había manifestado en toda su expresión y por una vez me sentía en una instalación pública como en mi casa.

Empezaron a desfilar por el púlpito de la cura una serie de personajes que me hicieron dudar acerca de que me encontrara en un Centro de Salud. Lo que más me despistó es que se expresaron sentimientos, porque yo, como médico residente de Medicina Familiar y Comunitaria, era consciente que eso había quedado fuera hacía tiempo ya de la Medicina. Una vez a una mujer, que venía a por la baja porque había tenido un aborto involuntario, le dije que lo sentía y me miró con cara de extrañeza. En la misma proporción que otra que venía a por el permiso de maternidad, a la que le dije que enhorabuena.



Salió una enfermera que leyó unas frases de un poema de Ángel González y lloró. Esa era, muy probablemente, la primera vez que Ángel González entraba en un Centro de Salud. Ángel González es más bien de Metro, donde le exponen en los vagones. Era la primera vez que había visto a una enfermera (Leonor García Urosa) llorar en público y me gustó bastante. Las lágrimas de las enfermeras son bien lindas, porque tienen también algo de cura. A mí las de esta enfermera me curaron en salud. Fueron lágrimas (di)plomadas. El mundo, efectivamente, se divide entre las personas a las que le enternecen el llanto del personal de enfermería y del Ministerio de Asuntos Exteriores y a las que les parece un acto censurable que hay que aplastar sin piedad.

Habló después un director de cine (Rafael Alcázar), que contó su experiencia al frente de la escuela de la secuela de una intervención quirúrgica de un tumor cerebral. Era de las primeras veces que un paciente hablaba en un Centro de Salud de lo que había significado para él una enfermedad. Eso al médico nunca le importa, porque piensa que no es importante. Habló de que evitaba ser fotografiado por el miedo a verse la cara, de que tenía que buscar otras palabras para evitar las sílabas y las alocuciones que le eran difíciles de pronunciar. Parece que no, pero el dominar bien la sinonimia, te hace destacarte de sobremanera.

Desfilaron grandes personajes: Sara Bonet, estudiante de la ESO y actriz, una adolescente con la mirada inyectada de sueños. Miguel Soler, coordinador de Santa Hortensia, que le dio un cariz científico a algo que algunos creen que no lo es, con la belleza que eso conlleva.
Joaquín Martín, la voz de la megafonía de El Corte Inglés, que cuando te hablaba no sabías si querías comprarte la película de “El Velo Pintado” o subir a la sección de menaje del hogar. Yo voy mucho al Corte Inglés. Pero a mear. Yo a los sitios en los que se puede mear gratis les daría una subvención del Estado. Pasa igual con el McDonals. Todos los antisistema están en su contra pero luego bien que mean en él. Les reconoceréis rápido porque mean todo fuera, para joder. No hay nada más divertido y aventurero que viajar en Europa e intentar mear gratis a toda costa.
Tote Trenas, un magnífico curtido en mil batallas, nos contó mil y una historias.


He escrito esta crónica, lo reconozco, porque de vez en cuando una presencia me arrebata y me sumo en un estado de intranquilidad desasosegante, porque me vuelve a asaltar la duda de si la vida que soñé y que ya comprobé que no existe, existirá acaso de verdad.

En esta ocasión las presencias fueron varias. Aparte de la cura (María José Álvarez Pasquín), que ya me había arrebatado antes, aparecieron dos personajes venidos de la novelas de Kerouac. Quizá se refirió a ellos cuando escribió “La única gente que me interesa es la que está loca, los que están locos por vivir, locos por hablar, locos por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando como arañas entre las estrellas”.

Saltó al ruedo un señor con gafas de sol (Ricardo Cantalapiedra), recién salido del Rockola, que dijo una frase lapidaria, de la que no me acuerdo, pero que fue lapidaria. Estas cosas, ves, si no las apuntas luego no te acuerdas. Aunque digas: Bah, fijo que de esto me acuerdo. Al final nunca lo haces, pero está bien engañarse. Te hace sentirte por un momento seguro de ti mismo.

Luego, apareció un personaje que según salió a escena comenzó a subirse la camiseta. Por fin hace eso alguien en un Centro de Salud sin que necesariamente haya que auscultarle. Hablaba sin parar, se le entrecortaban las palabras. Un médico hubiera dicho que era porque le faltaba el aire. Yo sé que era porque no le entraban las palabras en la boca. Lo sé porque mientras hablaba vi como se le caía un diptongo y un hiato. Menos mal que lo tragó, porque si no le hubiera provocado una hernia de hiato. Su cerebro no dejaba de generar preposiciones, adverbios, phrasal verbs, false friends. Lo mejor de todo es que todo lo que decía era interesante. Pronunció sucesivas frases que fueron resumiendo sucesivas décadas. Cuando llegó al siglo XXI: Los 40 principales son mucho más dañinos que la cocaína.

Yo vine de provincias a Madrid para conocer a gente así. Todos los días me tiro de la cama, porque tengo la esperanza de encontrarme con alguien como el Mariskal Romero. El Joaquín Luqui del Rock and Roll. Por sus labios empezaron a desfilar todos los grupos legendarios de la época: Asfalto, Obús, Barón Rojo. Creo que le gustaba tanto Sudamérica como me gusta a mí. Le vi en You Tube con La Renga en el paraíso. El paraíso, si existe, se llama Argentina.
Mariskal ya anda maquinando la próxima sesión en el Centro de Salud de Santa Hortensia, que versará sobre Rock, Pop y Medicina.
Hablaba entre aspavientos y sobresaltos. Mariskal es de esa gente, que sabes que los minutos pasados a su lado valen oro.
Fuimos a tomar algo a la biblioteca del Centro unos cuantos y le dije: Mariskal, esto es como el backstage. Allí, Mariskal comenzó a oficiar la liturgia. Cuando el Mariskal habla no se mueve ni dios, como cuando lo hace el sacerdote, el catedrático, el cirujano, Ramonet, Rafa Bravo o Patti Smith.



Abandoné la biblioteca y otra vez me asaltó la duda de si estaba o no en casa.
Me fui hacia la nevera y sólo encontré unas empanadillas industriales (de las de la industria farmacéutica) y un colirio de lágrimas. Probé una y me di cuenta de que no eran artificiales (las lágrimas, no las empanadillas; éstas ya he dicho, eran industriales), ya que calculé que tenían unos 145 miliequivalentes de sodio, igual que la natremia, como es el caso de la lágrima humana.

Alguien, abrumado por el acontecimiento histórico, había recogido las lágrimas de la enfermera. Yo, para mi trabajo de fin de residencia, andaba diseñando un instrumento análogo al sacaleches de las puérperas, pero para las lágrimas. Había escrito unos relatos que hacían llorar y estaba intentando validarlos, como los cuestionarios para la depresión, la demencia y eso. No es bueno retener los fluidos, porque la presa un día se desborda.
Sobre las cavidades que almacenan la leche, las lágrimas, el líquido ascítico, el derrame pleural, el semen... hay que incidir periódicamente para asegurar su vaciado.

Tenía entre mis manos un tesoro, mi base de datos, mi muestra. Las lágrimas de un sanitario (el agua de la cisterna) era un documento líquido de magnitud. Me volví loco de poder. Se iban a enterar ahora los de la revista Atención Primaria que me habían rechazado ya no sé cuántos artículos. Miré hacia los lados y no había nadie. Me comí casi todas las empanadillas del tirón, ya que mi descontrol me hacía comportarme a lo bereber, comiendo y bebiendo cuando hay oportunidad, ya que nunca sabe uno cuándo va a poder volver a hacerlo. Me estoy entrenando en el ejercicio de la lipofilia por este motivo. Metí las empanadillas que restaban y el colirio en una bolsita.

Cuando salía, todas las administrativas levantaron la cabeza del 20 minutos y me miraron. En el bolsillo del pantalón, apreté fuerte el colirio y pensé: de ésta sí que me echan del trabajo. Sorprendentemente, me sonrieron y me dijeron todas adiós, a pesar de no conocerme de nada, lo que me dejó más tranquilo y seguro respecto a que aquello no era el mundo real.
En efecto, unas personas como Mariskal Romero y Ricardo Cantalapiedra no pueden habitar en un mundo tan putrefacto como éste, las enfermeras no pueden llorar, los pacientes no pueden asistir a una actividad con sus médicos, en armonía, sin ser los enemigos a los que hay que regatearles la baja, la receta, la prueba. Un médico no puede dedicar su tiempo a organizar una actividad para el beneficio de la comunidad. El Centro de Salud no puede ser una prolongación de la calle. El frío de la calle nunca entra en los Centros de Salud, aunque sea en los corazones de la gente.

Por otro lado pensé que quizá ese Centro era diferente. Tenían al menos frío artificial para mantener a una adecuada temperatura las lágrimas artificiales. En ese momento me di cuenta de que el frío del frigorífico era el frío de la calle, la cotidianeidad era lo que conservaba a proletarios y capitalistas por igual, igual que la enfermedad los igualaba ante la vida, por más que el neumococo y el virus del papiloma se empeñen a veces.

Me metí en la cama sin saber si estaba realmente en mi casa o en el Centro de Salud. Al despertar me di cuenta de que había sido todo un sueño. Fui a la nevera y saqué unas empanadillas que había guardado en una bolsita. Efectivamente había un colirio, pero estaba vacío. Me comí las empanadillas. Las encontré extremadamente saladas.



El 16 de Diciembre de 2010 se celebró en el Centro de Salud de Santa Hortensia un encuentro entre pacientes, público y sanitarios acerca de Medicina y Cine, presentado por la Doctora María José Álvarez Pasquín. Fue un éxito en todos los sentidos.

“Viva el rollo”, es al Mariskal Romero lo que “El que no se haya colocao, que se coloque” a Tierno.

Mar Sacristán es Médico de Familia. Hizo su residencia en el Centro de Salud Santa Hortensia, Madrid.

Roberto Sánchez es Médico residente de cuarto año, Medicina Familiar y Comunitaria, Centro de Salud Prosperidad, Madrid.

Correspondencia: robertojosesan@yahoo.es
http://1palabratuyabastaraparasanarme.blogspot.com/

Santa Hortensia y Prosperidad están uno detrás del otro, por eso se dan la espalda.

1 comentario:

MJ dijo...

Dice mi tutor,el internista Pedro Conthe Gutierrez (pues el tutor lo es para toda la vida)que alejarse del paciente es usualmente más cómodo y menos comprometido, y puede parecer a veces que ordenar muchas pruebas, es lo más correcto. Seguramente es más fácil aplicar el manual, que tomar decisiones que requieren con
frecuencia una reflexión profunda, información a los familiares,
conocimiento de las expectativas reales del paciente, y en definitiva, una individualización de las medidas.
Pues realizar iniciativas del tipo de la del cine, con pacientes, con librepensadores y poder despertar cmentarios como el vertido en el blog es como ayudar a descubrir que existen nuevos sabores, como el umami, el del sabor a "sabroso" de la carne que dicen los japoneses y que tienen las setas, esos seres vivientes que descomponen el desecho para poder utilizar de nuevo en la naturaleza lo que no sire. En fin, eso, que si estas acitivdades sirven para que residentes y pacientea dicen que han sentido el centro de salud como su casa, como estar EN casa y además sirve para agitar conciencias...pues que vengan las siguientes.Gracias!!
http://ciencia.bligoo.com/content/view/570769/Un-nuevo-sabor-en-la-lengua-el-umami.html
http://www.meiga.info/libro_MIMPC/docs/libro_MIMPC.pdf