



Los escollos, pues todos. Desde ir en la silla de ruedas y a mitad de camino encontrarte con el poste de la luz que impide el paso de la silla, con el tremendo escalón que ocasiona que la silla a la que llevan a remolque por en medio de cuestas e
irregularidades del suelo-que, por cierto, hacen que las muletas resbalen- no puedas pasar y tengas que recurrir a tu pata sana para no acabar volcada en la calzada por la que los coches circulan y solo pegan bocinazos si encuentran dificultades a su paso. Por no decir de los "obstáculos" puestos por el ayuntamiento, que no carritos de coches, ni sillas de inválidos. En fin, que es vivir una odisea. 


Bueno, pero como en el Museo Picasso de Málaga...te encuentras excepciones que te tratan de cine.

Otra cosa que descubres, tras estar muuuuuuuuuuuuuuuucho rato en compañía de los infatigables que están siempre a tu lado (las muletas, la silla, el libro...maravilla de Rojo y Negro, quien cristalizara de nuevo) es nuevas perspectivas...de tí misma.

